ENFERMOS


ORACIÓN POR LOS ENFERMOS

Santo Niño de Praga

  Oh querido y dulce Niño Jesús: he aquí un pobre enfermo que, movido por la más viva fe, profundamente invoca tu divina ayuda en favor de su enfermedad. En Ti pongo toda mi confianza. Sé que tú todo lo puedes y que eres muy misericordioso, la misma misericordia infinita. Grande pequeñito, por tu virtud divina, por el inmenso amor que tienes a los que sufren, a los afligidos, a todos los necesitados, escúchame, bendíceme, socórreme, consuélame.

Amén.

Rezar tres Gloria.


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ORACIÓN DE SÚPLICA DE SANACIÓN
Padre celestial,
que nos has revelado tu bondad
         en la vida y la palabra,
         en la Pasión, la Muerte y la Resurrección
         de tu Unigénito, nuestro Señor Jesucristo:
despierto a tus bienes y a mis males,
vengo a implorar tu misericordia
         para mi vida,
         para mi muerte
         y para el destino eterno que me aguarda.
Desde ahora quiero aceptar tu designio sobre mí,
porque comprendo que tu voluntad habrá de realizarse,
         con mi acatamiento o sin él,
pero me parece que redunda en gloria tuya
         que mis rebeldías se abajen ante tu majestad
         y que mi voluntad busque servirte
                   no por necesidad sino por amor.
Reconozco tu providencia
         sobre toda mi vida;
ahora sé que siempre me cuidaste,
         incluso cuando yo me descuidaba,
y que estabas más dispuesto tú
         a procurar lo que me hiciera bien
         que yo a evitar lo que podía hacerme mal.
Y así admito que no he sido buen señor de mi vida,
         ni buen defensor de mi causa,
         ni buen administrador de mis bienes.
Padre Bueno, Generoso Dador de todo bien:
         atraído por tu luz,
                   que ha vencido mi ceguera,
         quiero proclamar tu Evangelio en mi historia.
¡Oh sí! ¡Que la voz de tu Enviado y Ungido
         repueble la soledad y las ruinas
         que el pecado dejó en mi vida!
Padre: de otro modo no seré feliz;
         de otro modo, todo será perdido para mí.
Y tú no te gozas en la muerte del pecador,
         sino en que cambie de conducta y viva.
Precio soy de la Sangre de tu Hijo;
         yo soy la razón de sus azotes y de su cruz;
pero sobre todo,
soy la razón del abundante amor
         que destilaron sus palabras y sus heridas,
         sus milagros y sus llagas,
         sus oraciones y su muerte.
Por amarme llegaste a tal extremo,
         y nada tengo para retribuirte lo que me diste,
         sino de nuevo ofrecerte
                   la vida y el amor inestimable de tu Hijo,
                   esta vez unido a mi amor y a mi vida.
Por eso quiero y anhelo que tu victoria
         sea plena, irrevocable y definitiva
         en mí y en todas mis cosas.
Ahora que he vuelto a ser dueño de mí,
         porque tú me posees,
clamo a tu Espíritu aquella obra de gracia
         que me otorgue la libertad de servirte
         con más amor y constancia.
Sí, Padre, ya que tu Palabra me concede hablar,
         que tu Amor me conceda amar,
         de modo que mi voluntad recupere enteramente su salud,
         se desprenda de una vez y para siempre
                   del dominio tenebroso del mal
         y se sienta atraída irresistiblemente por tu bien.
Hoy, aquí y ahora, deseo desprenderme
         de lo que me apartó de ti,
                   por poco o por mucho;
aquí y ahora me arrepiento
         de todo pecado de pensamiento,
                   palabra, obra u omisión;
y por eso, lleno de confianza en tu victoria,
aquí y ahora quiero perder todo afecto
         a todo recuerdo, proyecto, fantasía, imagen,
                   lugar, sensación, palabra,
                   lectura, conversación,
         y a toda persona o cosa,
                   o acto cualquiera de mi voluntad
         que te haya ofendido
                   o que haya sido ocasión de que otros te ofendan,
         sea que yo me haya dado cuenta
                   o que nunca lo haya sabido.
Porque dando amor a lo que tú no amas,
         perdiendo el tiempo en lo que tú desprecias
         y gastando mis fuerzas en lo que tú repruebas,
he robado el tiempo, las fuerzas y el amor
         que te pertenecen;
ladrón he sido de tu gloria y de tu honor,
         y por eso la tristeza visitó mi vida
         y la amargura habitó en mi alma.
Ya no ha de ser así, Padre mío.
Ahora mi hogar será tu Providencia;
         mi alimento, tu Palabra;
         mi vestido, tu Cristo,
         y mi destino, tu Casa.
Sea fruto de tu gracia
         que toda verdad me resulte amable
         y toda mentira odiosa;
habite en mí tu bondad
         y séame toda maldad extraña;
tenga gusto en el dolor que me acerque a ti
         y disgusto del placer que de ti me aleje.
Así me atrevo a hablarte,
         y con audacia te ruego, Padre,
porque al mirar a tu Divino Hijo
         en el Altar de la Cruz,
         no puedo retener en mí esta palabra:
que tú eres mi fortaleza y yo tu debilidad;
         tú mi curación y yo tu herida.
¡Ah, Padre, deja que le abrace,
que su amor nos una, si tan dispares somos,
         para que su debilidad me haga fuerte
         y sus heridas por fin me sanen!
Amen.

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1 comentario:

  1. Dios mío ruega por mí.

    Te lo estaré agradeciendo eternamente.

    Lali.

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